Saturación folk. Inside Coen Brothers

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Cuando la luz se desliza sobre los cuerpos, es que estoy haciendo poesía barata. Sin embargo, en Inside Llewyn Davis parece que estamos dentro de un videoclip folk. Los Coen se han empapado de esta música sin perder su sello personal. La evolución de estos hermanos en el mundo del cine ha sido muy pronunciada. Arizona Baby, Fargo, No es país para viejos, Valor de ley y ahora Inside Llewyn Davis. Y sin embargo, yo sigo viendo a los mismos cineastas gamberros. Mientras que el dignificado Tarantino hace lo mismo que en sus comienzos ahora con más presupuesto, los Coen entregan una nueva Odisea sin Ítaca.

Su paleta de colores es azul, negro, marrón y blanco. La fotografía transmite en todo momento tibieza y tristeza. Y Llewyn es un artista que fiel a su música deambula ya sea a pie, en coche o en tranvía. Tan solo pasan unos días en la película y parece que sean meses por tanto viaje. Un hombre sin hogar con un grupo de conocidos que a duras penas le dan techo. Llewyn tiene dos metas: devolver un gato a su casa y buscar la suya. Ambos viajan juntos pero no son compañeros. Ni siquiera su guitarra lo es. Es, como dice él, su instrumento de trabajo. Siendo la música su vida, en la película la guitarra no es protagonista. Los Coen escriben una nueva Odisea que a diferencia de O Brother no tiene Ítaca. Eso sí, un viaje musical. A a la crueldad irónica de los Coen solo podemos contestar con compasión.

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Un Ulises sin Penélope, un viaje sin destino, un antihéroe sin compañía. Así son los Coen. Aquí tenemos, como escribió Homero, paradas en el camino que hacen ir y venir a Llewyn. Los personajes extrambólicos de los inicios de los Coen (vean Fargo o El gran salto), se colocan en papeles secundarios y el protagonista parece un extraño en la filmografía de los hermanos de Minnesota. Esta estrategia refuerza la frialdad y distanciamiento con los compañeros que Llewyn se encuentra en el camino. Un camino filmado con encuadres claustrofóbicos  y espacios vacíos y fríos.

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